Estoy bien by David Sedaris

Estoy bien by David Sedaris

autor:David Sedaris [Sedaris, David]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2022-03-20T00:00:00+00:00


* * *

En ocasiones nuestro conductor actúa como guía. Este fue el caso de Lisboa, la única ciudad de Europa occidental que Patsy y yo hemos visitado juntos. Teníamos una lista de tiendas a las que queríamos ir, pero al final de cada manzana, el conductor, que se acercaba a los setenta y se llamaba Carlos, se detenía y decía: «David, quiero que mires por la ventanilla a la izquierda. Allí verás un monumento a Miguel Pouza, que fue el primer capitán de grandes barcos que se presentó a nuestra reina en 1612. Junto a él verás…».

«Ay, Dios», pensé. «¿Esto está pasando de verdad?».

«David y Patsy, quiero que salgáis del coche y crucéis la calle. Mirad entre esos dos edificios y cuando regreséis quiero que me contéis lo que habéis visto».

En un momento dado nos mostró una plaza de toros convertida en centro comercial. «Por muy malo que piense la gente que fue, nunca matamos al toro en público, como en España. En cambio, aquí en Portugal lo hacíamos entre bastidores».

«Los estadounidenses piensan que las corridas de toros son salvajes y retrógradas, pero si se pudieran hacer con armas de fuego, probablemente estaríamos encantados», dije. «¿Te imaginas? Soltarían al toro y alguien con una recortada le volaría las patas delanteras».

Patsy no soporta oír cosas como esta. Es vegetariana y ni siquiera ve una película si sale un arma. Carlos, mientras tanto, continuó con su gira. «David, mira al frente. ¿Ves esos azulejos?».

Me di cuenta que dijo oosh-ul-lee en lugar de usually[1]. Beach[2] lo pronunciaba como bitch[3], como «¡vive en esta mansión y podrás tener tu propia beach privada, bitch!».

«No me importan tus bitches», quise decirle. «O tus iglesias o tus sitios famosos. Lo único que me importa son tus tiendas, así que ¿qué tal si cierras el pico y me llevas a la que leí que vende reproducciones de cera de intestinos humanos?».

Hace tiempo que dejé de sentirme mal por mis intereses. ¿Historia? ¡Déjame en paz! ¿Cultura? Bostezo. ¡Llévame al supermercado más cercano!

En cuanto a los conductores, prefería el estilo de Ion. Después de una noche en Bucarest, nos recogió a Patsy y a mí en nuestro hotel y nos llevó a Transilvania. Mientras nos poníamos en marcha, le hablé de un francés que conocía y que venía a menudo a Rumania a cazar.

«Sí, bueno, tenemos la población de osos más grande de Europa», dijo. «El sesenta por ciento vive aquí mismo, junto con muchos zorros, jabalíes y linces, ¡que son gatos salvajes!».

La carretera por la que íbamos estaba flanqueada a ambos lados por sombrías casas de bloques de cemento, que parecían aún peor bajo el cielo pesado y color estaño. Los aldeanos envueltos en abrigos tristes se encontraban donde estarían las aceras si hubieran existido, algunos vendiendo cebollas colosales y otros mirando con tristeza a los coches que se aproximaban.

«¿Quieren que los lleven?», preguntó Patsy.

«Sí», dijo Ion.

«Siéntete libre de recoger a alguien», le dije.

«De eso nada».

A medida que nos acercábamos a Transilvania, nos topamos con pueblos que probablemente habían



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